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Una mirada a la Historia

Recorremos la historia como una manera objetiva de comprender el presente.  

La Katankura de calle Kaupolikán y el cerro "Agua Santa"

 

En una investigación referente a la existencia de grandes piedras en el área de la Villa Rica, en el contexto de su valor tradicional o cultural de la antigua tradición mallowelafkenche local, se logró identificar cuatro de estos emblemáticos íconos lacustres. Tales grandes piedras encierran un desconocido aspecto de la tradición arcaica del área de Villa Rica; “piedras sagradas” que recobran su valor original, si consideramos su funcionalidad como objetos de veneración y valor místico-religioso como elementos Futakura, Rechikura y Katankura.

Para comprender la importancia que los mallowelafkenches atribuían a las grandes rocas y a las piedras perforadas debemos, en primer lugar, abordar el significado de los nombres de estas piedras en lengua chezugun: Futa: Grande; kura: Piedra = “Grandes Piedras”. Rechi: Sagrada; kura: Piedra= “Piedras Sagradas”. Katan: Perforada; kura: Piedra= “Piedras Perforadas”.

En este contexto de estudio destaca, el área urbana de la ciudad de Villa Rica, una piedra tacita ubicada en la esquina sureste de la intersección de las calles Caupolicán y Aviador Acevedo. Sin duda alguna, aquella piedra y su entorno correspondieron a un centro ceremonial relacionado con un antiguo asentamiento o Pukará indígena que habría existido en el área que hoy ocupa la Parroquia San Francisco de Pucara; sitio de interés cultural identificado a menos de cien metros al oriente del lugar en que se encuentra esta piedra tacita. Ojalá en el futuro se valore y reivindique este memorable sitio de importancia etnocultural para así contar, en nuestra ciudad, con al menos un testimonio referente a la memoria de los antepasados de un pueblo de raíces milenarias como lo es mallowelafkenche.

En este mismo contexto destaca una antigua historia, rescatada de la tradición local villarricana,  que relata que la piedra tacita o katankura de calle Kaupolikán habría sido trasladada hasta su actual sitio por medio de un aluvión o “corrida volcánica” que en tiempos inmemoriales habría provocado el “Cerro Agua Santa” situado al sur de Villa Rica. Según la referida tradición el “Cerro Agua Santa” habría sido un antiguo volcán que poseía, como vía de evacuación de material, un ancho río que llegaba hasta el lago Mallowelafkén, río del cual hoy solo queda un pequeño cause que desciende por la profunda quebrada situada al poniente de la actual “Subida de Piedra” que lleva a Likán Ray y continúa su curso por el terreno del Liceo Politécnico, pasando luego por el terreno de la Compañía Molinera Villa Rica y, finalmente, tributa sus aguas al lago en el sector de “Playa Pescadito”. El “Cerro Agua Santa” aún presentaría vestigios de dicha especulativa antigua actividad volcánica aludida por la leyenda y que, actualmente, continuaría manifestándose como una especie de pequeña vertiente tipo géiser de la cual “algunos días, haciendo extraños ruidos subterráneos, brota agua fría cristalina y otras veces surge tibia y cenicienta” agua que, según la tradición, poseería extraordinarias propiedades benéficas para la salud; de ahí el nombre del cerro del cual emana esta popular y preciada “Agua Santa” de cuyos salutíferos atributos hasta hoy, en la memoria colectiva villarricana, se conservan variados testimonios que desde antaño corroboran su terapéutica fama. (Fuentes orales: Santiago Weiss; Nov. 2002. Pedro Epulef; Feb. 2005. Bruno Hugo Maechtig; Feb. 2005.)

¿Villarriqueño, Villarricano o Villarricense?

Siempre se ha debatido acerca del correcto gentilicio de los habitantes de la Villa Rica y en este punto, tal como la Villa Rica es tres veces  nacida, podemos ver que a través de los siglos la vecindad lacustre también ha mudado en tres ocasiones su variopinto gentilicio.

 

“Villarriqueño” fue utilizado por los vecinos de la ciudad española entre los años 1552 y 1602; término que surgió de la escrituración originaria del hispánico titulo de la villa fundada por Alderete, cuyo nombre se escribe de forma separada: Villa Rica. Así, según la RAE, el término villarriqueño se homologa correctamente a otras denominaciones como ariqueño o puertorriqueño; figurando este gentilicio en documentos oficiales de la Corona Española de la época colonial y, a este tenor, ha sido revalidado en textos históricos de autores locales del siglo XX y XXI.

 

Tras la refundación de la ciudad, el año 1883, la República de Chile fusiona el nombre original escriturándolo “Villarrica”, con lo cual devino el gentilicio “villarricano” que fue utilizado por los habitantes de la antigua aldea-pueblo que lentamente fue progresando junto a lago; gentilicio que perduró plenamente hasta mediados del siglo XX y que, a pesar de las décadas transcurridas, aún subsiste entre los antiguos vecinos de la ciudad. Actualmente dicha autodenominación ha sido reactivada y promovida por creadores artísticos locales como poetas, cantores, escritores, etc., vinculándose así, el termino “villarricano”, con el rescate de la identidad comunal, con la revalorización de la antigua tradición mapuche e hispánica lacustre, a un legado “con alma de pueblo republicano” que va quedando atrás con el devenir de la emergente gran ciudad que se muestra inconexa con su admirable pasado.

 

El gentilicio “villarricense” comienza a acuñarse a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, apareciendo ligado a un segmento vecinal con un mayor grado educacional y al emergente rubro del turismo generado por el arribo de un gran número de viajeros y excursionistas al área lacustre. “Villarricense” es un gentilicio más elegante o “exportable” que fue suscitado por los vecinos hoteleros y comerciantes residentes entre el borde lago y Avenida Pedro de Valdivia; expresión que, en su origen, se relacionó preferentemente con el estatus social acomodado y acabó por consolidarse durante el periodo post Golpe de Estado, con las gobernaciones alcaldicias del régimen militar que proyectaron y afianzaron el devenir turístico local, siendo más bien, este gentilicio, pleno representante de dicho sector vecinal residencial y comercial.

 

En fin; asumirse  villarriqueño, villarricano o villarricense, no es cosa de correcta gramática si no, más bien, corresponde a un factor de alma y sentimiento identitario, de proyección y aspiraciones de vida personal o comunitaria. Actualmente, tras la reivindicación territorial y cultural mapuche, ha comenzado a resurgir el ancestral etnónimo “mallowelafkenche” como valida autodesignación entre algunos de nuestros coterráneos lacustres. Solo las venideras generaciones sabrán entonces, a fin de cuentas y con el paso de las décadas, como habrán de denominarse, en definitiva, los habitantes de la futura Villa Rica del restante siglo XXI.

Shumpall: "La guardiana del Lago"

En la cosmovisión lafkenche Shumpall o Shompallwe, “la hija del lago”, es una entidad elemental de la naturaleza denominada Ngenko o “dueña de las aguas”, que se materializa como una Sirena o Pinkoya de agua dulce cuya tarea consiste en la protección y conservación del medio ambiente acuático; Shumpall es la guardiana o Ngen del lago Mallowelafkén o Villa Rica. Su nombre procede del vocablo chezungun compuesto por Shompu: “Rizado”; y Alwe: “Ánima o espíritu”; y por tal peculiaridad rizada de sus cabellos fue que los primeros colonos villarricanos, que según la tradición oral más de una vez la avistaron a orillas del lago, la denominaron “La Crespa” señalando que, preferentemente, “se la veía peinar sus cabellos al amanecer sobre la gran piedra del Muelle Viejo frente al nacimiento del río Toltén…”

Ricardo Latchman, el año 1924, registra lo siguiente: “Shumpall habitaba las honduras de las aguas, cuya dueña era. Producía en el lago violentas tempestades, las que hacía cesar tan bruscamente como las había causado. Ante su aparición los ribereños del lago la aplacaban haciéndole sacrificios de gallinas u otras aves, las que arrojaban a las aguas del lago…” Louis Faron, en un estudio antropológico del año 1964, señala que el último Shumpall avistado en la zona lacustre villarricana se registró en el sector de Liumalla: “Un Shumpall macho que se robó a una mujer joven de la comunidad para tomarla como esposa; encontrándose de ella nada más que un pie con zapato…”; hecho portentoso que igualmente quedó registrado en la memoria colectiva mapuche de Liumalla:“la mujer solía llevar ofrendas a un “Chompalgüe” a un lugar apartado, con el fin de que su familia tuviera éxito en la pesca…”

La noción de Shumpall, como entidad mítica ancestral, nos retrotrae a un mundo originario en que todo es vital y consciente, en que la naturaleza que nos rodea no es solo “algo”, si no que es alguien; nos recuerda que el Mallowelafkén no es una mera cuenca o masa hidrográfica si no que, como todo medio ecológico, en su conjunto holístico, en la sumatoria de todas sus moléculas de agua y biótica diversidad, constituye un contexto colectivo susceptible de relación-interación el cual, junto a nosotros, comparte un espacio y tiempo en el Nagmapu o mundo visible y, como tal, es merecedor de nuestro mayor respeto y esmerados cuidados en su sana preservación.

por Marco Aguilera Oliva-

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